Infomadrid /Sandra Madrid – Fotos Rosa Lobo

El matrimonio madrileño formado por Rosa Lobo y Eduardo Aymerich, junto a sus siete hijos, forman una familia misionera. Desde hace diez años viven en San José de Costa Rica, aunque su vocación misionera nació cuando aún eran novios. «Nos conocimos en unas misiones universitarias y, desde ese momento, tuvimos claro que ese rostro de la Iglesia que sirve y sale al encuentro era el que nos enamoraba», explican. «Ese Cristo sufriente en los pobres, que habiendo nacido entre ellos busca ser su consuelo y su respuesta».
Rosa y Eduardo se casaron hace 20 años y, por motivos laborales, se trasladaron al extranjero. Fue en Londres donde surgió en ellos una pregunta clave: ¿Qué quiere Dios de nosotros? Allí descubrieron que en la Iglesia había familias que partían en misión, y sintieron que ese podía ser también su camino. Con esa inquietud, decidieron viajar a la India para discernir si la misión no era solo una experiencia puntual, sino un proyecto de vida. «Aquel tiempo en la India —donde nació nuestro primer hijo— fue absolutamente maravilloso, pero también lleno de desafíos y dificultades. Sin embargo, allí el Señor confirmó nuestro deseo de dedicar nuestra vida a la misión», recuerda Rosa.
«La fuerza de la comunidad es la que evangeliza»
Tras su experiencia en la India, regresaron a España, donde, de alguna manera, también continuaron su misión. «Ayudábamos y servíamos en una parroquia con una pastoral muy activa entre migrantes», explican. Fue en este tiempo cuando se abrió una nueva puerta: la posibilidad de partir en misión a Costa Rica. Al llegar, comenzaron su labor en la pastoral juvenil de una zona más acomodada. Aunque había pobreza y necesidad en todos los estratos de la sociedad, Rosa recuerda que «en nuestro corazón había una llamada muy fuerte hacia los pobres».
Hace cuatro años, sintieron de nuevo la voz del Señor, que «volvió a encender ese fuego que nunca se había apagado, pero que en aquel momento se reavivó». Percibieron que Dios les pedía dar un paso más en su misión: trasladarse a otro lugar para llevar su amor a los más alejados, a través del servicio y de respuestas concretas a sus necesidades vitales. Fue entonces cuando el Señor les inspiró un nuevo anhelo: no hacerlo solos, sino en comunidad. «La fuerza de la comunidad es la que evangeliza, la que te sostiene, ampara y empuja», afirma Rosa. Así nació Ignis Mundi.
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