Fundador de la Unión Misional (Avellino, Italia)

Beato Paolo Manna

Paolo Manna nació en Avellino, Italia, el 16 de enero de 1872, hijo de Vincenzo y Lorenza Ruggiero, una familia que llegará a tener seis hijos: dos serán sacerdotes, uno médico y otro profesor universitario. Huérfano de su madre cuando solo tenía dos años, fue criado por sus tíos paternos y pasó una adolescencia inquieta.

Manna estudia en Avellino y en Nápoles. Más tarde, siguiendo los pasos de su hermano mayor y dos de sus tíos, ingresa en el seminario de Milán. Completó sus estudios en Roma y, en 1891, después de leer la revista “Le Missioni Cattoliche” entra a formar parte del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME).

En 1895 es ordenado sacerdote y, en septiembre de ese mismo año, parte a las misiones en Taungoo, Myanmar. A pesar de sus esfuerzos, Manna no pudo resistir ese clima tropical y, al igual que otros miembros de su familia, enferma de tuberculosis viéndose obligado a regresar a Italia en varias ocasiones. En 1905, de regreso en Italia, se declara “un misionero fracasado”. Peregrina en Lourdes, donde en lugar de pedir a Nuestra Señora la sanación, pide enamorarse de Jesús y entregar toda su vida a la difusión del Reino de Dios.

En 1908, comienza a ser editor de la revista “Le Missioni Cattoliche”, que años atrás había encendido su ardor misionero, y un año más tarde, en 1909, es nombrado director de la revista. Inmediatamente manifiesta su extraordinaria pasión misionera: casi en todos los números encuentra ideas para promover libros misioneros, folletos populares, calendarios, llamadas a las vocaciones misioneras y exhortaciones a rezar por los misioneros…, incluso inventa e inicia las “celadoras misioneras” en diócesis y parroquias para promover en Italia las Obras de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia, que aún estaban solo en Francia.

En 1909, el padre Manna publica el libro “Los obreros son pocos” y lo envía a San Pío X, quien respondió con una carta manuscrita, un hecho excepcional que aumentaría su espíritu misionero. Sin embargo, el libro sería prohibido en muchos seminarios diocesanos porque encendía a demasiados jóvenes en el amor por Jesucristo, invitándolos a dar su vida por el Reino de Dios en las misiones.

En 1916, Paolo Manna funda la Unión Misionera del Clero con la ayuda decisiva de San Guido Maria Conforti, arzobispo de Parma y fundador de los misioneros javerianos. Esta tiene como objetivo inflamar a los sacerdotes con el amor de Cristo y luego «encender en todo el pueblo cristiano una gran llama de celo apostólico por la conversión del mundo». En 1919, el Papa Benedicto XV recomendó su presencia en todas las diócesis en su carta apostólica Maximum Illud. En pocos años se extendió por todo el mundo: ya en 1919 contaba con 4.035 miembros -incluidos el futuro Pío XI y San Juan XXIII-, en 1920 eran 10.255, y en 1923 alcanzaban los 16.000 sacerdotes

En 1924, el padre Manna es elegido Superior General del PIME, cargo que ocuparía hasta 1934. En 1927 parte para un largo viaje en las misiones y en casi dos años visita una decena de países de Asia, Oceanía y Norteamérica, quedando impresionado por cómo las misiones, en ese momento, estaban casi aisladas de la vida de los pueblos; se contentaban con cuidar de los pobres y marginados, pero no tenían ninguna influencia sobre las clases cultas y las políticas nacionales. Así, escribe a Propaganda Fide pidiendo cambios revolucionarios.

En 1950, dos años antes de su muerte, escribió “Nuestras Iglesias y la propagación del Evangelio – Para la solución del problema misionero”, del que se desprende la encíclica “Fidei Donum” (1957) de Pío XII, que abre el camino de las misiones al clero diocesano. Manna afirma que todos los obispos y sacerdotes, los fieles bautizados, son responsables de la misión entre los no cristianos; el anuncio de Cristo no puede confiarse únicamente a las órdenes religiosas y los institutos misioneros: «Movilicemos y organicemos a toda la Iglesia hacia las misiones; hagamos del apostolado para la difusión del Evangelio un deber de todos los que creen en Cristo».

Murió en Nápoles después de una operación quirúrgica el 15 de septiembre de 1952.