Caos, desorden, suciedad, sudor, ruido, ruido y más ruido. Así empezaba nuestra aventura nada más salir del aeropuerto de Calcuta.
¿Qué hacía un grupo de chavalillos, recién terminados sus estudios, un jueves de febrero a las 3 de la mañana inmersos de lleno en la vorágine de la cultura india? Desde luego, es bastante complicado encontrar una respuesta racional.
Y allí estábamos, a 9000 km de nuestras casas dispuestos a dejarnos hacer. Dejarnos hacer, porque al final solo hemos tenido que decir que sí a un llamado, a una inquietud que resonaba en nuestros corazones.
Desde el primer momento ha sido un fiarse. El que llama es fiel. Y nosotros, pese a ser creaciones inacabadas, tratamos de responderle. Así empezaban nuestros días: respondiendo. Con misa de 6 de la mañana, para enfocar bien el día, para vivir en Presencia, en el presente, concibiéndolo todo como don. Ese encuentro con Cristo, permitía que después nos encontrásemos con el prójimo. Íbamos a enfrentarnos una realidad muy dura: personas pereciendo a pie de calle, enfermedades que para nosotros eran de libro, casas que se caían a trozos, una barrera idiomática espectacular… Pero era ese saberse hijos lo que nos permitía confiar y seguir hacia delante. Tratando de darlo todo en cada momento y en cada lugar.

Yo solía ir todos los días a la primera casa de moribundos que creó la Madre Teresa, Nirmal hriday, que a pesar de tener un nombre impronunciable, significa “corazón puro”. Y es que desde el primer momento en el que llegué, para mí ha sido un ir purificando el corazón (¡y lo que queda!).
Una de las cosas que más me ha llamado la atención, es la acogida que tienen las sisters y los residentes de cada casa. Todos los días abren las puertas de su hogar y de su intimidad a muchísimas personas. Es alucinante la disponibilidad que muestran. También me ha encantado el ir formando vínculos con los allí presentes. Y eso que no hacíamos gran cosa y muchas veces ni nos entendíamos. Simplemente estábamos, compartíamos la vida y hacíamos alguna tarea que nos pidiesen. En esa casa le dijeron a la Madre Teresa unas palabras que a mí me han marcado durante toda mi estancia allí, “toda la vida he vivido como un animal y ahora voy a morir como un ángel”. Me fascina saber que todas las personas que están en esta casa pueden sentir que tienen un hogar, que su vida de verdad importa, que son amados profundamente. Creo firmemente que no hay nada más grande.

Doy gracias por todo lo que he vivido. Gracias a la Madre Teresa por seguir a pesar de su intensa lucha interna, gracias a todos los que pertenece a la congregación (fathers, sisters y laicos), gracias a todos los compañeros de camino, gracias a ti que me lees y sobre todo…gracias al liante deArriba por haberme permitido disfrutar de esta aventura.