La Jornada de Vocaciones Nativas es un día especialmente dedicado a la oración y la cooperación con los jóvenes que son llamados al sacerdocio o la vida consagrada en los territorios de misión.
La Jornada de Vocaciones Nativas es un día especialmente dedicado a la oración y la cooperación con los jóvenes que son llamados al sacerdocio o la vida consagrada en los territorios de misión.
La vida es un camino. En el Año Santo Compostelano, y ante la Peregrinación Europea de Jóvenes prevista, recordamos que Jesús nos invita a dejar huella, regalando a los otros la riqueza del don que hemos recibido.
Todos estamos llamados a ser testigos y discípulos misioneros en formas de vida complementarias: con “la formación de una nueva familia y el trabajo”, o abriendo el corazón a “la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración” (Christus vivit, 258 y 276).
Cada año tiene un «color» particular. Cada año, la Iglesia nos ayuda a percibir matices nuevos en nuestro seguimiento al Señor. Este 2022 la Iglesia está inmersa en un proceso precioso y profundo de sinodalidad. Así lo ha propuesto el papa Francisco para todas las comunidades cristianas, y así lo hemos recogido todas las Iglesias particulares e instituciones eclesiales. Por otro lado, no podemos olvidarnos de que estamos celebrando un Año Santo Compostelano y de que todos somos invitados a hacer ese camino de fe, al encuentro del Señor, con la mirada puesta en la meta.
Estas dos pautas nos han animado a elegir el lema «Deja tu huella, sé testigo» para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebra junto con la Jornada de Vocaciones Nativas. Las instituciones que preparamos estas jornadas (el departamento de Pastoral Vocacional de la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios de la Conferencia Episcopal Española, el Área de Pastoral Juvenil Vocacional de la Conferencia Española de Religiosos, el departamento homólogo de la Conferencia Española de Institutos Seculares y las Obras Misionales Pontificias de España) nos unimos así a ambas propuestas de la Iglesia.
Al convocar este proceso sinodal, Francisco quiere que cada cristiano tome conciencia de su responsabilidad en y con la Iglesia. Los jóvenes, que están haciendo su camino, su proceso de vida, discerniendo lo que Dios quiere de ellos, deben saberse también parte de la Iglesia que peregrina por este mundo. Y se les pide que dejen huella, que no se conformen con subirse al carro, sino que se pongan a trabajar y a hacer de esa Iglesia —que es suya, que es de todos— un verdadero instrumento de salvación para los jóvenes de hoy. Que su vida no sea estéril, sino que iluminen con la luz de su fe y de su entrega el camino por el que avanzan. Así encenderán las sendas de nuestra tierra con el fuego del amor de Cristo que llevan en sus corazones.
Este Sínodo va a ser una oportunidad, si la sabemos aprovechar, para que descubramos que la Iglesia es lo que es también gracias a cada una, a cada uno de nosotros. Que Dios necesita que la vida de fe de cada uno de los bautizados —también, y quizás de modo particular, de cada uno de los jóvenes— vaya construyendo los caminos por donde debe ir avanzando. «Deja tu huella, sé testigo» es una llamada de atención sobre el hecho de que tu vida, tu esfuerzo, tu oración, tu deseo de ser santo y de ser apóstol no es indiferente: ¡la Iglesia depende de ti!
Hay otra circunstancia que motivará a muchos jóvenes a ponerse en camino este verano: el Año Santo Compostelano. La peregrinación a Santiago es una hermosa experiencia de fe, en la que se nos invita a poner la mirada a lo lejos, en el horizonte, para descubrir la presencia de Dios en el camino y aspirar a alcanzar la meta de la santidad. Ese camino —a veces arduo, que nos exige salir de nosotros mismos y nos permite, también, ser apoyo de nuestros hermanos— es el que cada cristiano ha de seguir. En él tendremos que descubrir qué es lo que Dios nos está pidiendo y poner a prueba nuestras fuerzas y nuestra capacidad de fiarnos de Él y de su cuidado. La vida cristiana es una vida vocacional, en la que cada uno debe ser capaz de enfrentarse consigo mismo y tomar decisiones fundamentales, profundas, que llenen el corazón y el alma, que dejen huella y nos hagan testigos de un amor más grande.
Sabernos parte de la Iglesia y protagonistas de su vida, ir caminando por este mundo hacia la meta, buscando el querer de Dios sobre cada uno de nosotros, es un proceso precioso y, en ocasiones, doloroso, porque hay que poner esfuerzo, renunciar a otras posibilidades, abandonar nuestras seguridades y, sobre todo, nuestra autosuficiencia, para fiarnos de Dios. Pero siempre vale la pena, porque somos conscientes de que, con Dios, ¡lo mejor está por llegar!
«Deja tu huella, sé testigo» es una aspiración preciosa para un joven creyente. Nos hace conscientes de que la Iglesia no es el grupo de amigos que se reúnen en la parroquia, en un movimiento o en una asociación. La Iglesia está extendida por todo el mundo, y mi aportación ha de llegar a todos los que seguimos a Cristo, estén donde estén. Por eso es lógico y bello que, a nuestra oración por las vocaciones en este Domingo del Buen Pastor, unamos también nuestra oración y nuestra ayuda para que los jóvenes de los territorios de misión, donde la Iglesia está todavía empezando, esos jóvenes que se plantean lo mismo que nosotros —dejar huella, ser testigos de Cristo y de su amor—, puedan cumplir con lo que Dios les está pidiendo. ¡Esto es ser Iglesia! ¡Esto es vivir en sinodalidad! Todos dependemos unos de otros y todos nos necesitamos, porque formamos un solo cuerpo, una sola familia.
Sin entrar en su trayectoria académica y docente, Mons. Julián Barrio Barrio es arzobispo de Santiago de Compostela desde 1996, tras haber sido tres años obispo auxiliar y administrador diocesano de esa misma diócesis. Pertenece a la Subcomisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la CEE, es miembro de la Comisión Permanente desde 1999 y también fue miembro del Comité Ejecutivo de 2011 a 2017.
En pleno Año Santo Compostelano, con el Camino y con la Peregrinación Europea de Jóvenes en el corazón, ¿cómo le resuena al arzobispo de Santiago el «Deja tu huella…» del lema?
Como un motivo de gran esperanza. El Camino de Santiago se ha ido haciendo a través de las huellas de tantos peregrinos que, a lo largo de los siglos, lo han ido recorriendo. Estoy convencido, por la experiencia de otras peregrinaciones europeas de jóvenes. Estos han dejado su huella orientadora, descubriendo su propia identidad y dejando constancia de ella. No debemos distraernos, sino despertar la capacidad de percibir lo esencial en medio de lo accidental, ofreciendo la posibilidad de ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios.
En nuestro mundo de redes sociales es bastante fácil dejar una huella efímera, pero ¿cómo puede un joven hoy dejar una huella que permanezca?
Ciertamente estamos viviendo la cultura de lo efímero, también en lo que se refiere a la comunicación de las redes sociales. La comunicación masiva e indiscriminada volatiliza casi inmediatamente su contenido. En el contexto del laicismo y relativismo, de la tecnología y de la electrónica, de la movilidad y de los viajes rápidos, de la exploración del espacio y de las superautopistas de la información, considero que un joven puede dejar una huella permanente echando raíces sobre el suelo firme y estable de lo sagrado, sintiéndose transmisor de saberes, preservando la expresión pública del hecho religioso y valorando la religión como una aportación positiva para la cohesión social.
¿Qué significa para la vida de nuestras Iglesias de larga andadura el que surjan nuevas vocaciones de especial consagración?
Ayuda a proyectar el futuro con confianza, liberándolo de las propias insatisfacciones o ensimismamientos. Ha de llevarnos también a mirar al pasado con agradecimiento y a asumir el presente con responsabilidad. Las nuevas vocaciones de especial consagración son don de Dios y una necesidad de la Iglesia para construir y testimoniar el Reino en medio del mundo. Son un signo elocuente de esa dimensión transcendente que se está viendo asfixiada por nuestra proyección inmanentista. Como el profeta Elías, hemos de salir a la puerta de nuestra cueva, porque el Señor está pasando.
Y en las Iglesias recientemente surgidas de la misión, ¿qué supone el que sus vocaciones locales puedan culminar su formación, superando tantos obstáculos? ¿Es tan importante que acudamos en su ayuda?
Es fundamental el proceso de formación que con tanta perseverancia están realizando, a pesar de las dificultades que pueden encontrar. Hoy más que nunca, tenemos que dar razón de nuestra esperanza en el contexto cultural en el que peregrinamos, y esto exige una formación sólida. Evidentemente, todo lo que podamos hacer de manera afectiva y efectiva en este sentido será siempre poco.
El lema completa su invitación diciendo «… sé testigo», y, sin duda, los misioneros lo son. ¿Qué huella dejan los misioneros, para que muchos jóvenes de los territorios de misión se planteen hoy el seguimiento radical de Cristo?
Una huella basada en la experiencia de Dios, que les lleva a hacerle presente en la sociedad, contribuyendo al despertar religioso y espiritual y a proyectar el futuro desde la verdad, la libertad y la justicia. Dan testimonio expropiándose de sí mismos, para hacer el bien entregando su vida con gratuidad y generosidad al servicio de los demás, acompañándoles en la plena realización de la dignidad humana. Como nos dice el papa Francisco, la dinámica de los cristianos no es retener con nostalgia el pasado, sino acceder a la memoria eterna del Padre, y esto solo es posible viviendo una vida en caridad. Este testimonio llama la atención y motiva al seguimiento de Cristo, calzados con las sandalias de la esperanza.
A propósito, su diócesis cuenta con uno de los misioneros españoles en activo más longevos, el jesuita Andrés Díaz de Rábago, en Taiwán a sus 104 años. ¿Qué reflexión le sugiere este ejemplo?
Como diría san Juan Pablo II, el padre Andrés es un joven de 104 años que ha asumido la vida como don y tarea, descubriendo cada día la novedad de Cristo, que configura en él un estilo de vida lleno de entusiasmo y de alegría. Sorprende y fascina comprobar cómo transmite motivos para la esperanza en esa preocupación de construir la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres.
Queridos hermanos y hermanas:
En este tiempo, mientras los vientos gélidos de la guerra y de la opresión aún siguen soplando, y presenciamos a menudo fenómenos de polarización, como Iglesia hemos comenzado un proceso sinodal. Sentimos la urgencia de caminar juntos cultivando las dimensiones de la escucha, de la participación y del compartir. Junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad queremos contribuir a edificar la familia humana, a curar sus heridas y a proyectarla hacia un futuro mejor. En esta perspectiva, para la 59ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, deseo reflexionar con ustedes sobre el amplio significado de la «vocación», en el contexto de una Iglesia sinodal que se pone a la escucha de Dios y del mundo.
Llamados a ser todos protagonistas de la misión
La sinodalidad, el caminar juntos es una vocación fundamental para la Iglesia, y sólo en este horizonte es posible descubrir y valorar las diversas vocaciones, los carismas y los ministerios. Al mismo tiempo, sabemos que la Iglesia existe para evangelizar, saliendo de sí misma y esparciendo la semilla del Evangelio en la historia. Por lo tanto, dicha misión es posible precisamente haciendo que cooperen todos los ámbitos pastorales y, antes aun, involucrando a todos los discípulos del Señor. Efectivamente, «en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120). Es necesario cuidarse de la mentalidad que separa a los sacerdotes de los laicos, considerando protagonistas a los primeros y ejecutores a los segundos, y llevar adelante la misión cristiana como único Pueblo de Dios, laicos y pastores juntos. Toda la Iglesia es comunidad evangelizadora.
Llamados a ser custodios unos de otros, y de la creación
La palabra «vocación» no tiene que entenderse en sentido restrictivo, refiriéndola sólo a aquellos que siguen al Señor en el camino de una consagración particular. Todos estamos llamados a participar en la misión de Cristo de reunir a la humanidad dispersa y reconciliarla con Dios. Más en general, toda persona humana, incluso antes de vivir el encuentro con Cristo y de abrazar la fe cristiana, recibe con el don de la vida una llamada fundamental. Cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y esa chispa divina, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarla en el curso de nuestra vida, contribuyendo al crecimiento de una humanidad animada por el amor y la acogida recíproca. Estamos llamados a ser custodios unos de otros, a construir lazos de concordia e intercambio, a curar las heridas de la creación para que su belleza no sea destruida. En definitiva, a ser una única familia en la maravillosa casa común de la creación, en la armónica variedad de sus elementos. En este sentido amplio, no sólo los individuos, sino también los pueblos, las comunidades y las agrupaciones de distintas clases tienen una «vocación».
Llamados a acoger la mirada de Dios
A esa gran vocación común se añade la llamada más particular que Dios nos dirige a cada uno, alcanzando nuestra existencia con su Amor y orientándola a su meta última, a una plenitud que supera incluso el umbral de la muerte. Así Dios ha querido mirar y mira nuestra vida.
A Miguel Ángel Buonarroti se le atribuyen estas palabras: «Todo bloque de piedra tiene en su interior una estatua y la tarea del escultor es descubrirla». Si la mirada del artista puede ser así, cuánto más lo será la mirada de Dios, que en aquella joven de Nazaret vio a la Madre de Dios; en el pescador Simón, hijo de Jonás, vio a Pedro, la roca sobre la que edificaría su Iglesia; en el publicano Leví reconoció al apóstol y evangelista Mateo; y en Saulo, duro perseguidor de los cristianos, vio a Pablo, el apóstol de los gentiles. Su mirada de amor siempre nos alcanza, nos conmueve, nos libera y nos transforma, haciéndonos personas nuevas.
Esta es la dinámica de toda vocación: somos alcanzados por la mirada de Dios, que nos llama. La vocación, como la santidad, no es una experiencia extraordinaria reservada a unos pocos. Así como existe la «santidad de la puerta de al lado» (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6-9), también la vocación es para todos, porque Dios nos mira y nos llama a todos.
Dice un proverbio del Lejano Oriente: «Un sabio, mirando un huevo, es capaz de ver un águila; mirando una semilla percibe un gran árbol; mirando a un pecador vislumbra a un santo». Así nos mira Dios, en cada uno de nosotros ve potencialidades, que incluso nosotros mismos desconocemos, y actúa incansablemente durante toda nuestra vida para que podamos ponerlas al servicio del bien común.
De este modo nace la vocación, gracias al arte del divino Escultor que con sus «manos» nos hace salir de nosotros mismos, para que se proyecte en nosotros esa obra maestra que estamos llamados a ser. En particular, la Palabra de Dios, que nos libera del egocentrismo, es capaz de purificarnos, iluminarnos y recrearnos. Pongámonos entonces a la escucha de la Palabra, para abrirnos a la vocación que Dios nos confía. Y aprendamos a escuchar también a los hermanos y a las hermanas en la fe, porque en sus consejos y en su ejemplo puede esconderse la iniciativa de Dios, que nos indica caminos siempre nuevos para recorrer.
Llamados a responder a la mirada de Dios
La mirada amorosa y creativa de Dios nos ha alcanzado de una manera totalmente única en Jesús. Hablando del joven rico, el evangelista Marcos dice: «Jesús lo miró con amor» (10,21). Esa mirada llena de amor de Jesús se posa sobre cada una y cada uno de nosotros. Hermanos y hermanas, dejémonos interpelar por esa mirada y dejémonos llevar por Él más allá de nosotros mismos. Y aprendamos también a mirarnos unos a otros para que las personas con las que vivimos y que encontramos —cualesquiera que sean— puedan sentirse acogidas y descubrir que hay Alguien que las mira con amor y las invita a desarrollar todas sus potencialidades.
Cuando acogemos esta mirada nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos: en la vocación al sacerdocio ordenado, ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida. En general, toda vocación y ministerio en la Iglesia nos llama a mirar a los demás y al mundo con los ojos de Dios, para servir al bien y difundir el amor, con las obras y con las palabras.
A este respecto, quisiera mencionar aquí la experiencia del doctor Gregorio Hernández Cisneros. Mientras trabajaba como médico en Caracas, Venezuela, quiso ser terciario franciscano. Más tarde pensó en ser monje y sacerdote, pero la salud no se lo permitió. Comprendió entonces que su llamada era precisamente su profesión como médico, a la que se entregó, particularmente por los pobres. De manera que se dedicó sin reservas a los enfermos afectados por la epidemia de gripe llamada «española», que en esa época se propagaba por el mundo. Murió atropellado por un automóvil, mientras salía de una farmacia donde había conseguido medicamentos para una de sus pacientes que era anciana. Este testigo ejemplar de lo que significa acoger la llamada del Señor y adherirse a ella en plenitud, fue beatificado hace un año.
Convocados para edificar un mundo fraterno
Como cristianos, no sólo somos llamados, es decir, interpelados personalmente por una vocación, sino también con-vocados. Somos como las teselas de un mosaico, lindas incluso si se las toma una por una, pero que sólo juntas componen una imagen. Brillamos, cada uno y cada una, como una estrella en el corazón de Dios y en el firmamento del universo, pero estamos llamados a formar constelaciones que orienten y aclaren el camino de la humanidad, comenzando por el ambiente en el que vivimos. Este es el misterio de la Iglesia que, en la coexistencia armónica de las diferencias, es signo e instrumento de aquello a lo que está llamada toda la humanidad. Por eso la Iglesia debe ser cada vez más sinodal, es decir, capaz de caminar unida en la armonía de las diversidades, en la que todos tienen algo que aportar y pueden participar activamente.
Por tanto, cuando hablamos de «vocación» no se trata sólo de elegir una u otra forma de vida, de dedicar la propia existencia a un ministerio determinado o de sentirnos atraídos por el carisma de una familia religiosa, de un movimiento o de una comunidad eclesial; se trata de realizar el sueño de Dios, el gran proyecto de la fraternidad que Jesús tenía en el corazón cuando suplicó al Padre: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Toda vocación en la Iglesia, y en sentido amplio también en la sociedad, contribuye a un objetivo común: hacer que la armonía de los numerosos y diferentes dones que sólo el Espíritu Santo sabe realizar resuene entre los hombres y mujeres. Sacerdotes, consagradas, consagrados y fieles laicos caminamos y trabajamos juntos para testimoniar que una gran familia unida en el amor no es una utopía, sino el propósito para el que Dios nos ha creado.
Recemos, hermanos y hermanas, para que el Pueblo de Dios, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, responda cada vez más a esta llamada. Invoquemos la luz del Espíritu Santo para que cada una y cada uno de nosotros pueda encontrar su propio lugar y dar lo mejor de sí mismo en este gran designio divino.
Francisco
Ponemos a tu disposición los materiales para celebrar la Jornada de Vocaciones Nativas y Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Estos recursos están encaminados a facilitar la difusión del mensaje de la Jornada de Vocaciones Nativas y Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Las vocaciones surgidas en los territorios de misión son un tesoro que la Iglesia debe cuidar.
Las “Becas de estudio” te permiten ayudar a las vocaciones surgidas en las Iglesias nacientes, mediante el sostenimiento de las necesidades de los seminarios y noviciados de los territorios de misión.
Además, puedes hacerlo individualmente o en grupo –con tu parroquia, colegio, seminario…
Son los jóvenes que son llamados al sacerdocio o a la vida consagrada en los territorios de misión.
Las vocaciones nativas son muy importantes para las iglesias locales. Su presencia es apremiante porque en la actualidad un sacerdote en las misiones atiende al doble de personas que la media universal.
ORAR POR LAS VOCACIONES
En esta jornada se pide rezar por todas las vocaciones nativas, para que el Espíritu Santo siga llamando y no falte la respuesta generosa de los jóvenes.
Estefanía y Juana Bigard, madre e hija, leyeron en 1889 una carta del obispo francés de Nagasaki, en la que este contaba cómo los cristianos japoneses, debido a la persecución, tenían miedo de acercarse a los misioneros extranjeros, y que eso no ocurriría si los sacerdotes fueran naturales de su mismo país.
Las dos empiezan así una gran actividad para lograr que toda la Iglesia se implique en el sostenimiento de las vocaciones en Ios territorios de misión.
Es el comienzo de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, encargada de impulsar la Jornada de Vocaciones Nativas.
Las vocaciones que han surgido en los territorios de misión, conocidas como vocaciones nativas, tienen en muchas ocasiones dificultades para completar su formación. La Obra de San Pedro Apóstol les ayuda gracias a los donativos recaudados con la Jornada de Vocaciones Nativas.
En 2019, gracias a la solidaridad de toda la Iglesia, la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol distribuyó 18.946.586€ para ayudar a las vocaciones nativas.
En 2019 España envió 2.486.287,88€ que beneficiaron a unas 8.094 vocaciones en 19 países de las misiones.